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¡Los encontraremos!

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Por: Alejandra Nuño Ruiz Velasco *

La semana que entra, el 30 de agosto, se conmemora el Día Internacional de las Desapariciones Forzadas, proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2010.

Sin duda, esa efeméride es muy importante y que cada vez es más observada en México. Pero en esta ocasión me gustaría recordar otra fecha memorable en nuestro país.

Hace 45 años, un 28 de agosto de 1978 a las 11:00 de la mañana, un grupo de valientes personas, en su mayoría, madres y esposas de detenidos-desaparecidos se congregaron en la Catedral Metropolitana, donde anunciaron una huelga de hambre para exigir la aparición con vida de sus familiares, en una época conocida como la “Guerra Sucia” o de represión política del Estado. Eran 84 mujeres y cuatro hombres, que después se conocerían como las doñas del Comité Eureka.

La huelga perseguía dos objetivos: que se concediera una amnistía para 1,500 personas presas políticas y exigir la presentación con vida de alrededor de 500 personas desaparecidas a manos de integrantes de las fuerzas de seguridad del Estado, como la temida Dirección Federal de Seguridad o el ejército.

De acuerdo con la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, esa fue “la primera gran protesta por la #desapariciónforzada de personas en México.”

En una de las entrevistas que hizo el diario La Jornada a doña Rosario Ibarra de Piedra en agosto de 2005, ella recordaba el episodio y confesaba que todo lo planearon “Con sigilo, quienes participarían en la huelga de hambre llegaron de Guerrero, Sinaloa, Jalisco y Monterrey. Habíamos anunciado el acto -narró- pero no el lugar, para evitar que el gobierno lo impidiera”.

Sabiendo que todos sus actos eran monitoreados meticulosamente, las señoras se dividieron para despistar a los espías oficiales que las seguían. Doña Rosario hizo una llamada para decir que asistirían a una reunión con el secretario de Gobernación y, previamente, irían a la catedral a rezar. Los agentes se fueron con la finta y terminaron en las instalaciones de la Secretaría de Gobernación.

Afuera del atrio de la catedral colocaron una manta roja con letras negras: ¡Los encontraremos! También colocaron retratos de jóvenes desaparecidos.

Ya estando en la catedral, algunas de ellas ingresaron al recinto y se pusieron a rezar, aun en contra de algunos curas y agentes que intentaron sacarlas. Fue en vano.

Fueron cuatro días en huelga de hambre, en los cuales fueron acosadas por agentes estatales quienes las amenazaron con usar la fuerza para retirarlas. Por esas razones levantaron la huelga el 31 de agosto a las 9:00 de la noche. Al día siguiente, en su informe presidencial, “José López Portillo anunció que liberaría a 1,500 presos políticos, canceló la orden de aprehensión a dos mil personas y dejó que varios exiliados [que estaban en otros países] regresaran a México […].” De lo que no dijo una palabra el entonces presidente fue de las personas desaparecidas.

Pasaron algunos meses para que fueran liberadas 148 personas presas, quienes denunciaron que había más personas detenidas clandestinamente en diferentes cárceles militares.

A 45 años de ese histórico momento, nuevamente acuden las personas a recintos religiosos para implorar encontrar a sus seres queridos, como sucedió el sábado pasado en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Lagos de Moreno, que se iluminó con las veladoras de cientos de personas unidas para orar por cinco jóvenes desaparecidos y por la pacificación de la región. Lamentablemente, un día después se supo de la desaparición de cinco familiares de apellidos Macías Noriega en la misma región.

A la distancia, parecería que algunas cosas no cambian, como el riesgo de buscar a las personas desaparecidas; el bloqueo de protestas o acciones de búsqueda; la persistencia de las desapariciones forzadas y, en algunos casos, el seguimiento y espionaje a familiares y organizaciones de la sociedad civil. Y continúan las desapariciones de jóvenes.

Sin embargo, a 45 años de ese evento, también se mantienen las consignas de encontrar con vida a las personas desaparecidas; la fuerza de salir a las calles a gritar sus nombres; la admirable persistencia de mantener la memoria de esas personas a las que quieren de vuelta; la audacia y valentía de seguir exigiendo conocer el paradero de los seres queridos desaparecidos… y todo eso, movido por el profundo amor que les tienen.

Finalizo mi comentario expresando mi reconocimiento, admiración y solidaridad a las decenas de miles de familiares de personas desaparecidas en este país y en otras latitudes, así como mi preocupación por la reciente renuncia de Karla Quintana, que deja acéfala la institución a cargo de la búsqueda de personas desaparecidas en este país.

* Directora del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia “Francisco Suárez, SJ” del ITESO.

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